DIEZ FRIKIS DE AGHATO CHRYSLER ( entrada nº5 )


CAPITULO V
LA PUTA VIRGEN DE LAS CUEVAS






GALICIA

ESPAÑA

 

El Airbus A330 destino Madrid-Galicia con aforo de unos 335 pasajeros configurado en dos clases, carga en el muelle de unas 70 toneladas, dimensión del fuselaje ancha, bimotor, ala baja voladiza monoplano, motor turbofán de flujo variante, estabilizador vertical, columna principal compensada, morro punzado, cabina monitorizada de seis pantallas de cristal liquida, centralizada, sistema  fly-by-wire  previniendo maniobras que excedan los limites aerodinámicos y estructurales del avión, velocidad de vuelo estimada de unos 1200km/h con una altura de unos 30.000 pies y bajando, hacia su entrada en el control de tráfico aéreo (ATC) de Lavacolla, estabilizándose a duras penas por un viento racheado nordeste de humedad esporádica el cual le ocasionaba turbulencias en el timón y en el eje direccional. Por su parte, los pilotos acostumbrados a la inclemencias del tiempo omitían las circunstancias como hechos aislados y proseguían en sus quehaceres comunicándose con los controladores de torre en un rito obligatorio de reconocimiento en el descenso, un dictamen informativo que constaba de la identificación del aparato, el tipo aeronave, el plan de vuelo, posición, nivel y hora estimada de llegada, un habitual registro para el uso de pista y el contacto con tierra.

Las instrucciones dadas por la torre de control eran el dogma de todos los días de los pilotos, un tedioso método de términos que componían una pieza musical para los eruditos de la aeronáutica, llevándoles al punto de la eyaculación entre jergas y expresiones en un catálogo  repetitivo. La seguridad lo era todo, la distancia necesaria entre aviones era supervisada desde abajo por radares y equipos cualificados de mediciones de viento y presión atmosférica, corrigiendo rutas de entradas y salidas en un espacio aéreo constante, es por ello que las frecuencias entre la (ATC) y el equipo de vuelo debían estar abiertas.

Poco a poco, el pájaro tecnológico drenaba queroseno en un recorrido oblicuo A Coruña, activando el sistema de navegación manual y los rastreadores de proximidad. Los dos inmensos reactores suspendidos en el largo apéndice alar, proporcionaban la angulación perfecta para el viraje, tornándose en un rumbo circundante para dar la ultima verificación con la bomba de suspensión hidráulica, la única que resistiría la toma tierra del tren neumático, aquello podía ser la clave del éxito o presagio de una catástrofe anunciada.

La desactivación automática del pilotaje dejo de funcionar, señalizándose en las pantallas liquidas y en los paneles correctores. Las indicaciones ahora debían ser más medidas, más prudentes, un cálculo mal dado podía verse reflejado en la destreza del piloto y llevarle a un punto crítico de no retorno.  

En el interior, tristes luces de clara rojidez se activaron mecánicamente en los largueros superiores del portaequipajes, tres por cada sección, perturbando a un gentío que se consideraba desatendido por la descensión. La falta de personal se notaba, en aquellos días era normal que los empleados cogieran vacaciones o se postulara para hacer huelgas por una subida de sueldo digna, dejando a una plantilla languidecida y comprometiendo a las azafatas activas a un contenido más extenso. Éstas solventaban las pérdidas con diligencia, buenos modales, cálidas palabras y caricias moderadas.

El cáterin fue aplazado, ya no habría más servicios en lo que quedaba de vuelo, la recogida de vasos, almohadas y sustentos alimenticios serian tratadas con dulzura, apaciguado un comportamiento que podía ser entre arisco y grosero. El rechazo a esos privilegios era normal, nadie devuelve lo que en un principio se le ha dado, los supuestos generaban una disconformidad con alteración al orden, gritos e improperios, exigiendo nuevamente lo confiscado y ventajas al coste de su billete. La embriaguez, el nerviosismo eran las principales causas, al irritado nunca se le debía invadir en su fortín o atravesar sus líneas que lo separaban de lo estable a lo paranoico, era una pequeña linde donde las azafatas debían negociar con los sujetos mitigando los arranques obsesivos con sicología pura y dura, un cuidado primordial a un tema que promovía la posible detonación de un polvorín y la diseminación descontrolada de metralla.

El selecto círculo quedaba mezclado como una melaza disuelta y desencajada, un pasaje heterogéneo de niveles y grados, composición, regulación, englobándolos en un compendio  de adjetivos que los desenmascaraban en prolongaciones y taras. Allí, las auxiliares, apuntaban, destacaban, subrayaban al objetivo, supervisándolos en un test de crónicas de actitud y los remarcaban, si era preciso, como peligros emergentes para ajustarlos inmediatamente a una rehabilitación. Entre esa maraña de desequilibrados encontrábamos a los típicos, a los que normalmente veías en los vuelos, sin excepciones, en cada trayecto. El miedoso; personaje excitable de cutis sudorosa, inestable, siempre con los nervios a flor de piel, cuyos comportamientos anormales se veían reflejados en sacudidas violentas y sin razón, buscando siempre la salvación. Las luces parpadeantes, avisos del comandante, rotores torneándose, fustigaban al destacado como el último día de su vida, dotándole de un temor mortal y haciéndole saltar receloso en cualquier dirección, mordiéndose las uñas hasta dejarse un precioso muñón. Un inestable valor metal que nunca desearías transportar en un trayecto largo, elevando la inquietud hasta llegar a crear una histeria colectiva. El aburrido o sereno; suele ser aquel que no aspira a nada, sin pretensiones, sin emociones, o en su defecto un conquistador, el valiente precursor, el que adquirió las dotes con mucho tesón, abogados, consultores, comerciales... Viviendo una vida rutinaria de escasa diversión, desilusionándose entre escala y escala con tareas habituales que no abordan una necesaria complejidad para su inoperante cerebro, juegos, música, libros o ensayos verbales, recorriendo el camino entre sucios ventanucos y paisajes lineales. El entusiasmado; alegre incordio de pesada particularidad, carga a la que se le debe soportar, brincando de lado a lado con sonrisas desarticuladas y clics fotográficos sin ton ni son a partes oscuras del avión. Suele bautizarse a los contagiados como el fanático periodista idiota, un incómodo apasionado que molesta a sus semejantes con un positivismo extremo y un optimismo exagerado, bloqueando la zona en incrementos hilarantes de ambiente sofocante. El hablador o cansino; son aquellos profesionales de la palabra, del chisme o el suceso, contoneando una lengua con habilidades opuestas. No callan ni enmudecen, ni suspiran o respiran, solo hablan y parlotean contando miles de historias, mentiras o cuentos que taladran tímpanos en un infinito perecedero, humedeciéndose el paladar para tildar mejor. Estos conurbanos maestros del lenguaje no son gratos en los vuelos, centralizándolos en viejos chochos, personas de amores traicionados o  marginados de la sociedad por su gran fealdad, donde si te ves atrapado por uno de ellos puedes llegar a perder la cordura hasta dejarte un cerebro más frito que un boquerón rebozado en aceite. Son la muerte agónica de la labia eterna, mortales semidioses que llegaran hacerte sangrar ojos y oídos en un infatigable cotorreo, deseando morir a los pocos minutos de conocerles. Y por último, aunque es cierto que dejamos a muchos en el tintero, podemos culminar la reseña con los soñados; son aquellos que viven para el descanso en una modorra inquebrantable, relajándolos en cualquier esquina, rincones, antros, liberándolos de tensiones en un singular amor no real. Podemos decir que son los somnolientos sujetos que han visto la existencia y no aguantan lo verdad en una huida desesperada hasta los dominios del dios Morfeo, abrazándola afectuosamente en una fusión sideral. Los gritos acuchillados, el bullicio concentrado, los diálogos aplanados son la saeta celestial para su soporífica droga, serenando su esencia en un ficticio contexto de nanas y cunas. Y es justo allí, muy cerca de donde nos fuimos hace rato, donde nuestro sexto friky de actitud extrovertida nos espera, al lado de una pareja de cincuentones enojados, anotados claramente en el grupo de los habladores. Lógicamente, como es de prever, importunando a los dormidos y trastocando a los desvelados entre codazos y collejas.

-          Manolo, ¿ te tomaste las pastillas de la tensión ? – curioseo aquella mujer mientras rebuscaba ávidamente en el interior de su bolso, productos cosméticos se colocaban en su regazo.

-          ¿ Dudas de mí ? – respondió el marido con otra pregunta mirándola de reojo, una gran panza le sobresalía por encima del pantalón.

-          ¿ Y la del colesterol ? – nuevamente apuntillo con el tema de los medicamentos.

-          ¡ Siiii ! – éste derrapo la última letra apretando los dientes enérgicamente.

-          ¿ Y los comprimidos para los gases ?, que luego comes como un cerdo y no hay ni dios que pueda estar a tu lado. – divulgo la mujer a los cuatro vientos.

Risas de fondo.

-          ¡ Buuuuuffff ! – resoplo.

-          ¿ Y los supositorios para el estreñimiento ?, con solo un descuido y te veo que no cagas hasta que lleguemos a casa…

-          ¡ Manoli, para  ya ! – un corte hosco silenció a la señora, la cara del hombre era todo un poema, estaba más rojo que un tomate. - ¡ Caramba, que no soy un niño ! deja ya las putas pastillas que estamos de vacaciones.

-          Vale, vale no quiero ser pesada, pero ¡ ojo ! luego no me vengas diciendo ¡ ay, que malito que estoy !, ¡ ay, que no puedo hacer caca !, ¡ ay, que hoy me quedo en el hotel para ver el futbol ! – Manoli imitaba cómicamente en una teatral exposición de frases a su marido, mientras que ella seguía con la cabeza escrutando el contenido del bolso sin fin.

El hombre suspiro, la intratable humillación a la que fue dominado le habían dejado tirado por los suelos, cortándole el pito y pisoteándolo, rebatiéndolo con frases y expresiones en un apaleamiento verbal sin tregua. La loca se erguía satisfecha, era como un gallo aleteando por la victoria, Manolo sabía de antemano que aquella batalla fue perdida en cuanto respondió a la primera pregunta, lo único que podía hacer era resignarse y aguantar el chaparrón. Cuando su mujer ladraba él callaba. Es por ello, rindiéndose ante la evidencia de ese vapuleamiento sin consideración, oculto su rostro entre pañuelos y sombreros para dedicarlo a tiempo completo en el jugueteo del cinturón de seguridad del asiento, forzándolo para que diera de sí y tuviera más correaje con el que atarse.

El tirador se zarandeaba como un águila viva, sacudiéndose en una butaca estrecha y cuyas gastadas hebillas probaban la resistencia ante la figura esbelta de tripa cervecera. Los cinturones de los aviones no es que dijéramos que fueran muy alargados, eran normales, tirando a una cosa intermedia, por lo tanto cuando debían medirse la talla con verdaderos pesos pesados aquello quedaba fuera de competición, saltando cierres y propulsándolo con mortales maniobras de vuelo. Y es ahí, que en uno de esos intentos el pasador cedió rompiéndose por la mitad impulsandose como un proyectil hacia la mujer que se acomodaba a su lado, golpeándola bruscamente en el brazo y despertándola entre quejidos y bostezos.

-          ¡ Pero qué haces, idiota ! – increpo la esposa al marido por tal coletazo, sacando por fin unas juanolas del bolso.  – Si es que te tengo dicho que te pongas a régimen, ¡ gordo !. Come verdura, frutita, con lo estreñido que eres todo lo que entra ahí no sale, tienes que tener una bola de mierda fermentada que hasta las alcantarillas huelen mejor que tú. – Las voces llegaban hasta la última fila ridiculizando al desdichado.

-          ¡ Lo… lo… lo siento ! – se disculpo el tipo ante una desconcertada señora que intentaba ponerse derecha, la cual estaba ataviada de pies a cabeza con el típico habito de monja. – La cinta parece no aguantar ná, ¡ ni que fuera celofán !. Debe de ser de nailon podrido – sonrío nerviosamente al mismo tiempo que echaba un ojo a su pareja.

-          El que no aguanta nada, ¡ eres tú !. Llevo 25 años contigo y no recuerdo que me hayas dado un orgasmo completo – ¡ toma ! piropazo de su señora para el caballero.

Las pocas horas de letargo que habían asistido a la hermana, ahora se despejaban con suaves alientos de un refrescante aire acondicionado, recobrando perezosamente la conciencia en un sentimiento de espiritualismo de padres nuestros y aves marías. Un vestido blanco y negro se resaltaba ceñido ante la devota, era el típico de cualquier convento, la moda top de la iglesia; una prologada textura de estameña, lana sencilla y ordinaria, con un combinando insólito en las enaguas; el escapulario monacal de largo paño cubría hombros, pecho y espalda, llegando a unos tobillos con faja de cuero en la cintura y unas sandalias usadas; su cabeza un griñon almidonado, soportaba en ella un marco de mimbre con tocado y velo, ocultando, escondiendo, las suaves facciones inocentes de aquel ángel corriente. Los minutos fueron pasando en ese desfile de agitaciones ordinarias, constriñendo músculos y huesos para que el paso sanguíneo fuera óptimo, a la vez que expandía los movimientos en un alisamiento de falda, un abrochamiento de botones, el arreglo de mangas y la izada de tela en su cara.

Unos ojos verdes medios felinos se revelaron sensuales, caída de pestañas, nariz respingona, piel depurada, saboreando unos labios carnosos que se juntaban gustosamente en forma de beso. Vista arriba, vista abajo. El enorme barrigón quedaba atorado. La monja olfateaba descaradamente al varón turbándole seriamente por la acción. Un ladeo incongruente en las cejas del asustado le hicieron retroceder instintivamente, angustiado, provocando que la mística desistiera y le observara directamente a los ojos.   

-          Lo… lo… lo siento de nuevo – volvió a disculparse el Latin Lover Español.

Los orificios olfativos de la beata estaban muy desarrollados, captando instintivamente el más leve detalle, trazas en la piel, en el bello, en la sangre, quedándose impregnadas en el mismo aura. 

-          Caballero – hablo por fin la devota  – ¿ Ha viajado usted últimamente a algún país extranjero ? ¿ Asia, África ?  - escueta, recta y afilada dejando sin palabras a Manolo.

-          N… n… no. – tartamudeo el cortes. - Lo más lejos que he ido fue Albacete y porque mi padre murió en el campo, ¡ paleto de toda la vida !, leyéndonos el testamento en el pueblo y asegurándonos a los hermanos y a mí un buen pellizco. Si no hubiera sido por aquello, allí no me habrían visto el pelo ni harto de vino – el sumiso no entendía aun de que iba esto.

-          A ver, vera, no se asuste, le explico, ¡ hágame el favor de no alarmarse !. – recalco la hermana en un tono preocupado – Mira, yo soy exorcista, soldado especial del altísimo que lleva la palabra de Dios a las personas afectadas por la oscuridad, combatiendo las hordas del mal en una feroz batalla por la supervivencia de la humanidad. El vaticano, prosaica institución, me tiene de un lado para otro beneficiándose de mis dotes, los dones con los que fui bautizada, expulsando a diestro y siniestro ectoplasmas negativos con el timbre de mi voz. ¡ Ojo !, llevo más poseídos confinados al inframundo que empresarios generando parados en las colas del INEM, ¡ y no paro !. Es por ello que cuando percibo el aroma de la podredumbre me recorre un escalofrío por la espina dorsal calándolos enseguida, ¡ no se me escapa ni uno !, manifestándolos directamente del huésped para terminar desterrándolos nuevamente a las tinieblas. Y usted caballero debe saber que tiene uno metido, un demonio muy perjudicial considerado de tipo peligroso, si no se le trata a tiempo puede originarle ciertos problemas conyugales – tarjeta de presentación y magistral volumen de inauguración.

-          ¿ Eh ?, pero…. ¿ cómo ? – las palabras quedaron atoradas en una lengua seca, la vertiente pesquisa le causaron un amago de levantarse y salir escopetado, un estado debilitado se lo impidió, llegando solo a tocarse las partes del cuerpo con la intención de encontrar al inquilino que le había habitado por algún orificio abierto.

-          No se preocupe caballero, está usted en buenas manos, tengo experiencia en estos menesteres. Le puedo salvar la vida en pocos minutos, de gracias de que cogí un vuelo como este. ¡ Yo lo llamaría destino !. No malgastemos más minutos por favor, su alma se pierde a cada palabra que dialogamos, a cada suspiro que prologamos, se va hinchando como un globo para elevarse en un deformado perfil, ¡ si no se lo saco ahora, puede incluso explotar ! - mirada fija, preocupante, gesticulando al aire.

-          Pe… p… pero… Yo… mi mujer….

-          Nada de peros, está al borde de la muerte, ¡ vamos, rápido, al servicio !, la situación empeora a cada segundo que hablamos, no sé que podrá pasar si perdemos más tiempo. Es posible que afecte a los instrumentos del avión y caigamos todos hacia abajo, no lo podemos permitir. ¡ Vamos !

Éste miro estremecido a la monja que no cejaba en el empeño de apurarle para ir a los baños, corriendo pasillo abajo para esperarle. Luego poso la vista en su esposa como si esperara una autorización, la confirmación de lo que le habían dicho era verdad, solo la cual veía como se metía juanolas una detrás de otra en la boca. El hombre no hallaba la gravedad del asunto, todo aquello le habían dejado medio groggy.

-          ¿ Pero qué te pasa, Manolo ? – por fin la mujer noto la incomodidad del esposo, preguntándole extrañada - ¿ ha ocurrido algo ?

-          No lo sé Manoli, la hermana que teníamos al lado me ha dicho que tengo un demonio en mi interior y necesita sacármelo urgentemente. Por lo visto me espera en los servicios para hacer un exorcismo – levanto los hombros sin entender nada.

-          ¡ Oooooigh Manolo !, esto me da mucho miedito, ¡ corre, corre, vete con ella !, no podría verte vomitar en casa y ensuciarme las sabanas o el suelo de parquet nuevo que hemos instalado ¡ corre !. Ojala que en estas vacaciones vas hacer algo de provecho.

El sujeto se levanto dubitativo, ojos exorbitantes, morro abombado, el paso decretado era corto pero a la vez largo, separando a los lavabos de una fantochada y anticuada cortina. La revelación con el que le habían enjuiciado le pillo en bragas, creándole un shocks directo y ahogándolo en la más profunda laguna. Cavilaciones, reflexiones, abstracciones se enfrascaron solas en un reducido cubículo, la mente libraba la disputa del bien o el mal, alterando gradualmente la personalidad. Si aquello era cierto, el mundo que conocía, con el que creció, se enamoro, se emborracho, ya no sería igual, volteando por completo la evolución y demoliendo las bases de su educación, caminando libre por la senda de la religión en un radical salto a la devoción.

Por fin llego al excusado, entro, cerró y al cabo de diez minutos emergió. Manolo salía con una sonrisa de oreja a oreja, ajustándose chaqueta, camisa, corbata con una subida de bragueta del pantalón. Mirada perdida hasta su butacón.

-          ¡ Y qué manolo ! – curioseo la mujer – ¿ todo bien ?

-          ¡ Ooooh, ya te digo !, todo feten cariño – un hilillo de saliva se le caía por el labio inferior, la felicidad era dibuja en un semblante embelesado. – Me han quitado un pedazo de demonio que no se lo salta ni un gitano. ¡ Estaba aferrado a mí el maricón !, menos mal que salió todo de golpe. – Los dientes relucían en la oscuridad ante los avisos típicos de “ abróchense los cinturones “.

Josefina Gutiérrez Cuevas, eremita de remotas tierras. Una innovadora y religiosa terca, espontanea  en convicciones o creencias. Predica la razón con la biblia del señor. Es un hueso duro al que roer. No discute, ni protesta , solo alinea. Ejecuta al vil y lo desentierra, solidificándolo en una cruz que flagela. Ella es la flor iluminadora de las novicias, el sol que se superpone al mediodía, la figura que asemeja, llevándolas por la senda del compromiso en un enlace correcto a Dios. Cooperación y asistencia a los obispos. La profesa es joven pero a la vez vieja, conoce los tiempos modernos e influencias, pero su habito es la de una anacoreta de la antigua Grecia, una vagabunda con lema, impartiendo devoción y amor a todo el que desee satisfacer su fervor. El mundo la trata con respeto, piadosa, hermana, los que la conocen saben su proclama “ Sor Pepita la monja  casquivana “.

Perturbadora mujer de acción, perfeccionista, estimuladora, de mente creadora, en tareas continuas ella reflexiona. Una verdadera virtuosa del exprime, traga, succiona y en el calor de la noche, perniciosa. Absorbe creencias, certezas, deliberando las doctrinas en la humedecida inocencia. Monaguillos saciados. Cándidos manchados. Místicos avergonzados. Junta fe con ninfomanía, dos adjetivos que no casan pero con energía y maña todo se ensambla. Abriga conceptos, ideas, nociones en un recopilado trabajo de esfuerzo y sudor, desquitándose la culpa en la confesión. Casta que no abandona, buena y pura, y si se tercia te la agarra te la pone tiesa. La monja que no absuelve, ni condena, solo si te pilla te ordeña. 

Josefina pasa de la treintena poseyendo un rostro atemporal, muy parecido al de una chiquilla de dieciocho años, vamos, lo que se suele decir una belleza angelical, la seducción al mirar. Con una genética bien cuidada, sus padres le han brindado uno de los mayores encantos de la humanidad, el que te abre las puertas e invita a entrar.

Josefina a pensar de su adoración por el credo, no siempre fue monja, es más, deseaba la juerga y el desenfreno. ¡ Valla cambio de contexto !. Niñez, juventud, adolescencia, épocas de tanteo con una pubertad manifestándose en el crecimiento. Su febril clímax se acrecentaba en etapas de retozo, el libido la encumbraba, la ensalzaba, llegando al máximo apogeo. Pero la insuficiente apetencia carnal no terminaba de aliviarla, transfigurándola en una muda de organismo evolucionado, un ser superior imparable, insaciable de deseo y gozo extremo. Un alma perdida. Dicen que el álgido sexual de una mujer está entre los 37 y 42 años, creando una necesidad ávida que impide aguatar esa lasciva conexión, siendo esta la constante de muchas infidelidades del matrimonio. Pues sepan señores que Sor Pepita empezó muy precoz, desde jovencita ya utilizaba a los Ken para darles besitos en los morros, al señor Buddy en despojarle sombrero y pantalones vaqueros, y a Míster Potato en añadirle suplementos extras en zonas censuradas.

Ya un poco más mayor, la ardiente muchachita intuyo el faro de la iluminación, una experiencia extrasensorial de derroche y poderío llevándola a convertirse en nada más y nada menos que Miss Andalucía, un galardón otorgado por un comité de veteranos, la inmensa mayoría hombres, y cuyas dotes interpretativas del certamen eran determinantes para que la balanza se inclinara de un lado u otro en los votos de los jueces, vamos, lo que se suele decir un trono ganado a codos y rodillas. Después de aquello a la belleza morena no le faltaron ofertas, ni mucho menos, cientos de solicitudes de ilustres marcas y diseñadores de renombre se disputaban su culo para que luciera palmito por la pasarelas o eventos especiales, siendo una de las mejores Top Model pagadas y equilibradas con base de dieta de pepinos y largos tragos de leche cuarteada. Y continuamos en la facultad de medicina, una cargante carrera que más bien la hizo por placer que por devoción, obrando como la perfecta compañera en aulas, mesas de estudios, juntas de trabajo o en los propios urinarios, su dispuesta colaboración en tender la mano al que le pidiera los apuntes, obrando con pelos y señales unas majestuosas anotaciones de sus coloquiales reflexiones, prologándose toda la noche en empollar a dúo, trío o grupal, los diversos tecnicismo de la anatomía femenina con el aparato reproductor masculino. Hasta llegar a ser secretaria de una famosa empresa multinacional, satisfaciendo en los quehaceres de sus jefes y obedeciendo ciegamente en lo que le mandaban, leer, escribir, sumar, dibujar, quitar el polvo...

Pero cierto día, aburrida de lo cotidiano, de lo mundano, de lo atroz, hastiada del confort y la decoloración, recibió la llamada del señor buscando nuevos fines y saboreando el contacto directo con Dios. Un ligero arrepentimiento con el que quería paliar su quemazón, hizo torcer mentón mandándola directa al convento de las “ Carmelitas de Santa Teresa “. << ¿ Es posible que abrazando a Cristo, el evangelio, la comunión, este ardor libertino desaparezca ? >>, pensó. No, no podía estar más equivocada. La primera semana casi fue excomulgada, las tendencias sexuales no se quitaban de la noche a la mañana e hicieron que el icono colgado en la capilla le atrajera, oía voces, la llamaban, desviviéndola en un coqueteo depravado de arrumacos y besuqueos.  El clero se volvió loco, ¡ ultraje !, ¡ condena !, ¡ una ninfómana devota en nuestra iglesia !. No podían permitirlo, ellos no intimaban con esas cosas, no las toleraban. Es por ello que necesitaron zanjar el tema, apartarla, confinarla fuera de vista y que mejor manera que las celdas de clausura. Y es allí, justo en ese lugar, donde supo que tenía un Don, el divino, aprendiéndolo a controlar, a gobernar, entre la tupida bruma de la arena y las suaves corrientes de la humedad.

¿ Suerte ?; ¿ Designio ?. Quién sabe, la demonología puede ser una gracia o una carga, lo cierto es que las piedras pesan demasiado y la obligación del estudio una carga.

La teología del ocultismo, es el análisis de los caídos y huidos en las primeras jerarquías del inframundo, un aprendizaje blasfemo de entidades insurrectas, un impío manuscrito que vaga sin rumbo por los dos mundos; Belcebú el Príncipe Serafín, ángel derrocado de orgullo raído, la sangre azul de la sentencia. No rinde pleitesía o acatamiento, ni es reverenciado por su realeza, solo lucha por la corona, un trono desmerecido que no agencia. Él, soberano proclamado, ansia con un futuro que no llega, la expulsión de Satán de los profundidades de los tártaros; Balberith el Heredero Querubín, blasfemo, pendenciero, un veneno en la tierra. Lucha por ser eterno, inextinguible, un fratricida del individualismo, degenerando, urdiendo las mentes de los hombres ante el peor germen que es la guerra; Astaroth el Delfín Destronado, la pereza que recuesta, que se tumba y no despeja, que exige el bostezo como un canto. Un aristócrata de pura insurgencia, apagado, somnoliento, pero cuando su voz se oye el mundo se estremece latiendo en un despertar prominente; Sonnillon el Soberano Odiado, no es querido, ni amado, solo apartado. Un cruel déspota que daña a los pobres y extorsiona a los apoderados, la impía casta de los podridos descartados; Carnivale el Infante Acomplejado, desvergonzado, odiado, la  obscenidad hecha evangelista. Un ente comilón que no calma su tesón, consume y seca, y cuando ya no queda nada vomita agitando las entrañas en su cripta; y por último, de tantos y tantos en la lista, Belias el Prócer Virtuoso, el arrogante misógino, caprichoso, la toxina que envenena, un silenciador de penas alimentándose de tristezas en un oprimido perdón de conciencia. Todos ellos son conocedores del catolicismo, de la magia negra, alterando al converso para estigmatizar al modesto. Solo la beatificación los salvaría de la redención.

Palabra de Dios, ¡ por tu reino !, ¡ por tu amor !, ¡ por tu compasión !.

La vocación eclesiástica es una entroncada tradición que encandila a los jóvenes y honra a los adultos, obligándolos a juramentos de fidelidad ante la devoción de Dios y el Espíritu Santo, lo que se suele decir un efecto placebo de medievalismo primario; formación, castidad y soledad en una integra lectura del vademécum del cristianismo, lobotomizando al cerebro en un estado religioso y extasiado. En el pasado las ineptitudes no se toleraban como ahora, eran  procederes que sobresalían por lo llamativo, lo provocador, un catolicismo acentuando los adiestramientos en un despliegue de maltrato y sangre, aplicando la violencia como método común de la memorización; fusta, palos, cuero, agua hirviendo, y todo ello bajo la batuta de un régimen narcisista que pactaba el alistamiento de sus nuevos presbíteros bajo acuerdos de reyes déspotas o imperios tercer-mundista en compensaciones monetarias. Un yugo cruel que llevo durante siglos el maltrato físico y sicológico de muchas personas, la Santa Inquisición y sus ofensivas doctrinas. El sometimiento al pueblo ante la ignorancia.

Josefina renegaba de aquello, lo aborrecía, la cultura anárquica del pasado era un apego manchado por el miedo, una barbarie cruel y sanguinaria, el periodo más vasto de nuestros tiempos, el cual engendraba tallos de florecientes hojas podridas encubiertos de pretextos, un sistema dominante que acallaba la sedición y el voto. La modelación de la materia nunca debía ser un conflicto, ni una campaña a vida o muerte, todo lo contrario, el orden de las cosas se componía con el adulzamiento del conocimiento, un placer exquisito que era repetido una y otra vez por un formato actual, renegando ese estilo arcaico y presentado el rumbo de los nuevos preceptores que plasmaban sin alzacuellos sus diferentes puntos de vista, catequizando con innovadores caminos la fe de Dios. ¡ Aleluya hermano !.

Josefina creía en esos códigos, los admiraba, ella los había practicado con muy buenos resultados, lo de la << letra con sangre entra >> ya no era la cátedra que más se llevaba, despojándolo de la senda del catolicismo y adoptando la frescura de lo heterogéneo. En sus más de catorce años en la orden, pudo comprender que un trato afectivo con ciertas personas abrían más puertas que las que cerraba, el buen hacer, la confianza, el compromiso se manifestaban con un cordial saludo y un caluroso abrazo de esperanza a Cristo.

Pero el tributo al Creador a veces pesa demasiado, una lápida difícil de conllevar, arrastrando las cadenas hasta no poder más, viendo como las altas esferas se imponían por encima de ella para no dejarla avanzar. Es por ello que ni corta ni perezosa decidió actuar, competir en un mundo donde los hombres subían de rango y a la mujer la a acondicionaba para hacer magdalenas azucaradas ¡ eran denigrante !, así pues, decidió pedir audiencia con el Papa para debatir esos problemas y cambiar el estatuto para un mejoramiento en la dignidad. Aquello no tardo mucho, solo cuatro años de espera, llamándola al despacho Papal para que registrara su disconformidad. El encuentro con el padre fue breve;  tres cafés, dos cuartos de hora y una bolsita de clínex, saliendo de allí tan exuberante de ánimo que la conversión a la nueva categoría la hizo incluso llorar. El vaticano la había sacramentado como la primera monja exorcista Freelance del cristianismo, la cual llevaría su propia hermandad sin rendir cuentas a nadie, persiguiendo al maligno bajo supervisiones esporádicas del monseñor Gustav y prescindiendo de su castidad para tener relaciones esporádicas con el que quisiera. ¡ Amén !

Y así es como Sor Pepita, en su afán de superación, arrojo y prosperidad, reanudó su última cruzada sin planes, sin aspiraciones, sin pretensiones, a un salto al vacío solo con lo puesto, una muda de recambio, su escultural cuerpo y el libro Santo de Dios.

 

 

 

Aeronave: << LAVACOLLA TORRE, ( AQUÍ ) DELTA VICTOR INDIA ( REPITO ) DELTA VICTOR INDIA. VERTICAL GALICIA, TRES MIL QUINIENTOS PIES. PIDO INSTRUCCIONES PARA INGRESAR A PISTA. >>

Torre: << DELTA VICTOR INDIE, ESPERE. >> Pocos segundos después. << AUTORIZADO CIRCUITO DE TRANSITO IZQUIERDA, PISTA OCHO, VIENTO DOS UNO CERO GRADOS CON CINCO NUDOS, ALTIMETRO TRES CERO DOS, NOTIFIQUE TRAMO CON EL VIENTO.>>

Aeronave: << DELTA VICTOR INDIA, RECIBIDO >> Los botones subían y bajaban en un movimiento rítmico del piloto y copiloto. << VIENTO UNO OCHO CERO AL COSTADO ( REPITO ) UNO OCHO CERO AL COSTADO, CONFIRME.>>

Torre:  << APROBADO Y AUTORIZADO PARA EL ATERRIZAJE, PROSIGA. >>

El Airbus A330 destino Madrid-Galicia copio la transmisión, se ajusto al modulo predefinido de ordenanza y en menos de un par de minutos empezó a descender lentamente en una suave y delicada caída, ladeando cola en un planeamiento controlado y demostrando con una buena dosis de maniobras el buen pilotaje del equipo de cabina, estos a su vez activaron los estabilizadores para ayudar a que las alas no tuvieran turbulencias. El aparato comenzó a tomar tierra con pequeños toques, dulces caricias que tiraban de él hacia atrás, elevándolo y bajándolo en un jugueteo de botes que frenaban estimulantemente al pasaje a medida que los amortiguadores se asentaban al suelo, la velocidad fue decayendo paulatinamente en un masticar de humo y caucho a lo largo y ancho de la pista. A lo lejos, los operarios fueron trazando visualmente la meta en un ronroneo de motores y luces parpadeantes, permaneciendo apaciblemente bajo el cobijo de hangares de carga y confiando en que los vehículos “ Follow me ” se accionaran en un guiado metódico hasta el avión para llevarlo a la zona de desembarque segura. Allí los mozos de equipaje y otros trabajadores se posicionarían cerca de la terminal, apurándose en sus quehaceres para acabar cuanto antes y tomarse un estimulante descanso.

La asignación del muelle al aeroplano no les llevo mucho tiempo, los controladores ya habían fijando las consignas pertinentes al equipo de pista, movilizándolos en rutinarias tareas como autómatas disciplinarios con la ayuda del correcto funcionamiento del traslado, sin ningún contratiempo, apagando rotores en la cabina y aguando los tubos de hélice en un siseo hueco, a la vez que acercaban la escalinata para presentar la terminal como la colmena de un avispero. Por fin las puertas del aparato se abrieron, aullando al son de un hilo musical, soltando anclajes y expulsando un ligero bufido ante un renovado viento, el cual provoco tres causas; el levantamiento del pasaje como miuras embistiendo un capote rojo, la ascensión de fuertes olores corporales de los más “ gordacos ” que habían mantenido todo ese tiempo su culo pegado al siento y los violentos empujones a los más lentos en una procesión lenta y en fila india, forzando en algunos casos la fe de las personas con la torpeza de otros mientras cogían el equipaje de mano. Los gestos agradables y la buena simpatía disminuyeron cualquier mala acción del más nervioso, a fin de cuentas había llegado sanos y salvos y no era plan de estropear el día, despidiéndose felizmente de las azafatas y estrechando la mano de los pilotos.

Dentro, en la zona de desembarque, una multitud de amigos, familiares y choferes demoraban su estancia bajo los calurosos focos de la terminal, vigilantes, pendientes de que no se les escapara la llegada de los viajeros, agrupándolos visualmente por géneros, razas o estados emotivos. A medida que el túnel de salida escupía turistas uno tras otro como una máquina expendedora, los asistentes al complejo avivan su letargo enarbolando eufóricamente brazos y piernas, seguido de un boceamiento a pleno pulmón de que ellos también se encontraban allí. En otros casos, los serios, indicaban sobre carteles la asignación de un guía que los llevarían hasta las puertas de un hotel, poniendo nombres o empresas en la facilitación del emisario para el desempeño su trabajo, vamos lo típico y normal que se suele dar en un maldito aeropuerto. Y es ahí donde Sor Pepita con parte de su carmín corrido, las enaguas del habito desajustadas y una descocada melena, se presento en esa franja multicultural con un bamboleante trasero y unos majestuosos senos, embutiéndose entre toda esa marabunta de gente con su inseparable y espaciosa bolso de equipaje ante una minuciosa búsqueda del supuesto eunuco que el Vaticano había mandado a recogerla.

La localización del sujeto fue rápida, instantánea, los ojos felinos de la religiosa fijaron la presa, pasándole fugazmente en un recorrido de pies a cabeza y saboreándolo en un dulzor inesperado. La silueta del pantalón se había quedado fijada en el iris verdoso de la monja, un bulto exagerado se remarcaba sinuosamente en una mente calenturienta, provocando en ésta un sofocón por un “ calzado “ de excepción. Allí, entre esos decorados circenses y una algarabía de locura y semejanza, un joven seminarista de poco menos de veinte años, delgado, rostro bobalicón, asustadizo, aguardaba con ahínco la llegada del avión mordiéndose uñas y picando sin pudor orejas y nariz como un minero a plena función. Sus ojos amoratanados se acentuaron por encima del resto, negros zainos, el muchacho parecía no haber dormido en días e incluso yo diría que en varias semanas, aterrándole cualquier roce o subida de tono, era el claro ejemplo de un pequeño mapache saliendo infraganti de la ropa interior de un cajón, resistiendo al sopor de la espera mientras sostenía un letrero en lo alto de su agitación. Las rodillas crujieron, se flexionaron, se retrajeron causando un taconeo al más puro estilo Farrukito.

Por fin el cuello del joven se estiro, los músculos del cuerpo se destensaron, las manos se sosegaron, sus ojos se aclararon, el alisamiento de las facciones fueron recogidas por partes iguales en los pliegues de frente, pómulos y barbilla, asentándole las bases de su honestidad y calándole enseguida como el imberbe que fue y será hazmerreír de los recreos. La hermana Josefina estaba enfrente de él, mirándole maliciosamente y sonriéndole en un degustamiento carnal, mordiéndose los labios picaronamente. El anzuelo acababa de ser echado.

-          ¿ Sor pepita ? – el barbilampiño pregunto con un deje interrogativo, ¿ posiblemente se equivocaba ?.

Lo cierto es que la apariencia le resultaba curiosa, un hecho inverosímil de aspecto que no procesaba, la presunta madre que había sido enviada para ayudarlos no cuadraba con lo que tenía en mente, era todo lo contrario, una cristiana embadurnada de pies a cabeza  por productos de cosmética, desprendiendo tras de sí una suave fragancia de rosas perfumadas que tiraba para atrás y un habito tan ceñido, que se acentuaba sin pudor las parte ocultas del interior, sujetador y bragas de encaje de hilo.

-          ¡ Esa soy yo ! – mirada lasciva, guiño provocado, mordida sexual con el dedo índice.

-          E… el pa… pa… padre Anselmo me ha mandado a buscarla. – Tartamudeo, silencio, síntomas de ser desnudado con la vista. – Necesitamos de su Don, ¡ es un caso de vida o muerte !. No podemos perder el tiempo. ¿ Supongo que le habrán informado de lo pormenores de la situación ?, la familia quiere mantener esto en el anonimato, es bastante influyente y no desea que salga a la luz. – Más silencio, incomodidad, la sensación se volvió violación. – Bu… bu… bueno en fin, necesitaba aclararlo ¿ no ?. -  Nada, vuelta al ruedo. – Estoooo…. Pues…. Yo mismo le llevare, ¿ le parece ? en media hora estaremos en el lugar, ¡ salgamos ! – y con un giro de talones viro 180º tomando el camino de la salida.

-          ¡ Pero espera hombre ! que debo prepararme para asistir a lo que se nos viene encima, no puedo presentarme de esta guisa. – El mutismo quedo atajado ante una zarpa depredadora que aferraba el hombro del joven. – Necesito que me ayudes a prepararme ¡ por fa ! es algo importante para mí y tú me vendrías de perlas. – La hermana no espero contestación, ansiaba esos preliminares tirando fuertemente del seminarista y llevándolo arrastras hasta los lavabos.

-          Pero… pero…. – el joven daba traspiés en un suelo encerado sin entender nada, viéndose imposibilitado ante el resistente vigor que allí se desprendía, desapareciendo en el interior del baño de hombres al mismo tiempo que el ultimo turista dejaba la terminal del aeropuerto. – Se… se… señora que esto es el aseo de h…. – la puerta se cerró con un golpe seco, las luces tintinearon, un grito ahogado se arraigo en las cuatro paredes expandiéndose como una onda en la inmensidad de la nada.

Varios minutos después la devota emergió de los baños acicalándose ropa y peinado, sonriendo malévolamente al aire mientras se daba los últimos retoques con la sobra de ojos y el pintalabios. Tras de ella, un muerto viviente resurgió de la tumba, el seminarista; mareado, despeluchado, forzando muecas para exhibir su poca estabilidad, chocando en pomos y muros mientras susurraba por lo bajini en un frotamiento continuo de cuerpo y brazos. << Sucio, sucio, sucio… >>.

-          ¡ Uy, que tonta !, mira que confundirme de lavabo, menos mal que nadie me ha visto entrar, si no, que pensara de mí toda esta gente. – Unos ojillos verdi-acuosos coronaron la parte más alta del parpado, la ironía se dibujaba en el ambiente, abanicándose manualmente por la sofocante tarea desempeñada.       

El becario, traumatizado por la gestación de los preparativos, hizo un esfuerzo sobrehumano, agonizante, trasladando a la monja a la dirección citada y culminando así una travesía de la más discordante.

El vehículo quedo estacionado en lo alto de un montículo de arena, muy pegado a una farola, la cual divulgaba la majestuosa arquitectura de una mansión del siglo XV en plena restauración. Un tintineo tétrico compuso un acorde de luces parpadeantes en toda la calle, el misterioso compás revelo partes ocultas del interior de la casa, sombras amenazantes, pilares granuladas, balcones rebajados, vigas en muros apuntalados y todo aquello engullido por arbustos y enredaderas en un mar verde de hojarasca que predominaba por encima del conjunto desprendiendo el olor de lo putrefacto.

Sor Perpita brotó del automóvil con ojos medio en blancos, acentuado el oído y degustando el soluble sabor de la ponzoña, ese cuerpo estaba absorbido la advertencia invisible del mal, << Si cruzas estas puertas, la condena es el único pase para tu alma >>. Una cargante aura de esencia rancia impedía entrar en esa burbuja, rebotando continuamente en la linde y desmoronándose para no querer entrar jamás. Pero la hermana no se achicaba ante juegos baratos, recogiendo su equipaje y santiguándose en unas encauzadas zancadas hasta el acceso de admisión. A pocos metros de allí, varios murciélagos se suicidaban bajo los focos caloríficos de los faros, cayendo abrasados contra el asfalto y echado espumarajos viscosos por la boca.

Por fin la caminata concluyo hasta la cancela de hierro de aquel vergel, situando a los primeros mártires de aquella mansión, posiblemente fueran amigos o familiares del enfermo, acurrucados en círculos en un pasto verde de tintes salvajes, fumando como cosacos y cuchicheando como viejas de pueblo por la nueva asistencia que se enfilaba si dilataciones hasta portón de entrada. Los concurrentes tenían las mismas evidencias que el joven barbilampiño, cabizbajos, amedrentados, con grandes bolsas oscuras bajo los ojos.

La monja ingreso en el recibidor sola, sin crujido, exhalando incienso y escrudiñando la disposición del inmueble, el valedor por el que había sido llamada fue localizado en medio de la escalinata, sudoroso, cadavérico, un cura en estado neurótico la esperaba. El Padre Anselmo el típico párroco de pueblo; setentaicinco años, pelo canoso, coronilla ahuecada, holgados mofletes, achaparrado, gafillas ajustadas, larga sotana, alzacuellos y una caliente bufanda eclesiástica colgada en los hombros, resoplaba como una vieja mula en una episódica crisis anticristiana, percatando en su mirar la propia evasión. Aquello le venía grande, le sobrepasaba, el cura no sabía cómo proceder en esos menesteres, si cortaba de raíz el problema podía volverse contra él y si lo dejaba suelto le perjudicaría de por vida, no era un hábitat sano para una persona de su edad o que le proporcionara positividad en su iluminación, la marca del diablo era el retrato de la realidad. A lo largo de los años la única preocupación que había tenido el pobre hombre, era la de no faltar a misa los Domingos, asistir al confesionario para exculpar los pecados de los arrepentidos o practicar alguno bautizo o boda a sus conciudadanos. Ahora las implicaciones eran todo lo contrario, un quebradero de cabeza, ver la horrenda verdad de lo oscuro le provocaba taquicardias, era un panorama violento, lo único que podía aportar a la familia era tranquilidad y velas de iglesia, marcando todas las paredes con cruces en un rezo de día y noche a lo largo de esas dos semanas.  

Sor Pepita se adelanto, oteo, soltó el bolso y con las manos en la cintura en forma de jarra se dirigió al viejo:  

-          Se encuentra en la planta de arriba, ¿ verdad ?. – la tonalidad con la que se expresaba era licenciosa, una sed de disponibilidad imperiosa, la comía por dentro, ocultarla era imposible. 

-          Si, si - indicó el preboste de aquella conjura. - Hemos tenido que encerrarlo en una habitación, atarlo de pies y manos a la cama y acolchar todo su cuarto para que no se hiciera daño.

-          Mmmm… – configuro un par de hoyuelos en los carrillos. – No hacía falta tanta historia, sus acciones son solo fachada, no había peligro de lesión. – Ésta empezaba a tomar los primeros escalones para subir a la parte superior.

-          Cre… creíamos que era la mejor opción. La verdad es que yo no tengo mucha experiencia en estas cuestiones, como entenderá, y mi discípulo tamp… - una frase a medio terminar, le hizo divagar - ¿ eh ?, pero…. – El cura estiro el cuello casi al punto del desollamiento, algo en ese escenario le resultaba extraño, oteando por encima de la mujer para ubicar la cuestión. – ¿ Y Jacinto ? – pregunto por fin el viejo, la deserción del seminarista le resultaba sumamente de interés.

-          Ah, ¿ preguntas por el joven ? – nuevamente la mueca picarona relució esplendorosamente en su preciosa piel. – No se preocupe buen hombre, él aun se está recomponiendo por la mordedura de la serpiente – el cura torneo las cejas. – La entrada al paraíso conlleva peligro, responsabilidad y desobediencia, además no se puede coger la manzana y no tener consecuencias. –carcajada burlona, rictus ridículo.

Éste con gesto de desconfianza hizo una caída de hombros, torneo los labios y prosiguió con la charla.

-          Bueno, supongo que vendrá más tarde –apremio el párroco ante la disyuntiva de ese sin sentido de palabras. – El tiempo urge y no sabemos cuánto puede durar, el muchacho se encuentra al límite, la resistencia de un cuerpo en condiciones anormales me son totalmente desconocidas, puede sucumbir en cualquier momento.

-          No se preocupe abuelete, – dictamino la hermana Josefina en tono amigable - para eso estoy yo aquí ¿ no ?. Expulsar a los demonios es mi trabajo, las tinieblas no tienen lugar en esta plaza y yo soy el faro de luz que les reconduce de vuelta a su estercolero.– Beso, guiño y caricia relajada.

El Padre Anselmo forzó risa dándole un ataque de tos por el esfuerzo, sosteniéndose débilmente a la barandilla, aquel hombre no tenia cuerpo para tal optimismo, sus reflexiones le habían quitado el sueño mostrando un semblante marchitado que se realzaba en la oscuridad. Aun así, quiso darle un voto de confianza a la monja y dejar que hiciera el trabajo por el que había venido. Casi al instante, entre medias de esas ambigüedades extrapolares, el padre llego a recordar algo, dándose un palmada en la frente y hurgando velozmente los bolsillos de su sotana.

-          ¡ Uy, discúlpeme hermana ! ¡ casi lo olvido !, esto le llego hace una hora. ¡ Tome ! – el padre Anselmo le tendió una carta lacrada y perfume a rosas – le llego de la episcopal, es una misiva para que se persone a una extraña invitación, en Bélgica. Creo. No estoy seguro. Los pormenores del asunto se lo explican en el interior, no tengo más datos. Lo siento.

Sor pepita intrigada por el contenido la cogió, la abrió, la desplego y con pose intelectual la leyó, culminando así su liturgia en un gesto de asentimiento para aguardarla seguidamente entre pliegues y fragancias en la profundidad de donde estaba, continuando nuevamente su camino hacia la segunda planta. 

A lo lejos, una puerta de madera era embestida salvajemente originando un palpitar en los tabiques y percibiéndose en la vibración voces distorsionadas que calaban con fiereza en los tímpanos de los dos creyentes, e induciendo al padre Anselmo un gélido terror y una parálisis sepulcral. Josefina por su parte ya estaba acostumbrada, lo que se suele decir curada de espanto, por lo tanto no se achaco ante los juegos demoniacos del huésped y subió velozmente los últimos escalones lanzándose sin casco ni paracaídas hasta el final del pasillo, donde precisamente allí, en la habitación acolchada, los efectos devastadores de lo paranormal se hacían más contundentes.

La estancia, como era de prever, se hallaba completamente forrada por una especie de goma espuma o material insonorizado, ayudando a mitigar los alaridos e insultos de un varón medio desnudo que se encontraba maniatado, tobillos y muñecas, encima del colchón de la cama. El sujeto no tendría más de dieciocho años, pero el estado en el que se encontraba era deplorable, un verdadero desperdicio de la humanidad, meneándose de izquierdas a derechas y levantando el lecho a varios centímetros del piso. Los actos del loco eran los habituales en estos casos; obscenas palabras, movimientos libidinosos con la lengua y escupitajos pestilentes contra el suelo, los fluidos amarillentos impregnaban el parquet generando diminutas hendiduras en las tablas y vaporizándolas.

La monja asomo tímidamente su cabecita, se santiguo a media altura y sonrío pecaminosamente ante la situación mientras ingresaba sin invitación al interior.

-          ¡ Oh, vaya, vaya ! Nos volvemos a encontrar. – Concretó la hermana en el trasiego del pasillo al umbral. – Que gratos recuerdos, Valefor. – Intuyo a la entidad que ahora ocupaba ese cuerpo – Espero que esta vez no me dejes mal, habrás venido preparado, ¿ no ?. – Saboreo un nublado recuerdo mientras se mordía la punta de su dedo índice.

El joven enmudeció al instante, las mofas, los improperios, las blasfemias quedaron mitigadas ante el soniquete de la monja. Sus funciones motrices se redujeron a simples ecuaciones, abrir ojos, mirar oscuridad y engullir para sus adentros el vomito que iba a expulsar. Valefor, El Duque de Goetia, parecía estar aterrorizado, ¿ un demonio con miedo ? ¡ Virgen Santa !. El estremecimiento que ostentaba podía deberse a un coágulo en el cerebro por la resistencia sufrida del poseído, algo plausible, o también era muy probable que la mente común del muchacho se hubiera idiotizada año tras año con los sermones de los domingos del vejestorio Anselmo y se estuviera precipitando a una oquedad sin retorno. Pero no, no era nada de eso, ni por asomo, el tentador despojo había oído perfectamente, allí entre esa línea que separaba el exterior con el interior se encontraba Josefina, la hermana sonriente, tornando apaciblemente la puerta con un dulce desvestir de su hábito.

-          ¡ No, no !,  ¡ Sor pepita, no !, ¡ por favor !, ¡ todos menos ella ! ¡ Os lo imploro ! ¡ Os suplico ! ¡ Todos menos ellas !. Os juro que no volveré a ocupar este cuerpo y ningún otro, por los siglos de los siglos, amén. Pero hacerme favor ¡ QUE SE VAYA !.

La fuerte tensión sexual se caló en al instante, los espíritus, ectoplasmas y seres de ámbito desconocido fueron ahuyentados por una sensación de peligro, alejándose escopetados a la búsqueda de un escondrijo e implorando a todas sus deidades que aquella Santa no se fijara en ellos. El poseído por su parte, quedaba impedido en la cama por sus correajes, zarandeándose de lado a lado en un pataleo constante, un niño asustado queriendo ayuntar a la cristiana.

Valefor había perdido la batalla y lo sabía, las capas de oscuridad que el mismo había instaurado durante semanas en ese cuerpo ahora se estaban volviendo en su contra, amansándose como un corderito por el control de la percepción. Aquello era un ejercicio de inteligencia, de maestría, donde un adversario experto en estrategia daría jaque mate en tres jugadas.

Por fin la puerta se cerró, los muros dejaron de latir, la casa de respirar y en el  silencio de la nada, crujidos al andar. La tarima del suelo eran las chivatas, las conspiradoras, susurrando sonoramente la precedencia que se debía tomar. Cama. Peso. Muelles. Deslizamiento húmedo en un gorgoteo carnoso.

-          ¡ Clemencia,  clemencia  ! -  repetía la voz -  ¡ Que se vaya, os lo imploro, que se vaya !.

Ronco. Grito agónico. Inacabable negación.

-          ¡ Nooooooooooooooooo !

Comentarios

Entradas populares de este blog

DIEZ FRIKIS DE AGHATO CHRYSLER ( entrada nº1 )

UTOPÍA Z: PRESENTE ( entrada nº 5 )

UTOPÍA Z: PRESENTE ( entrada nº 6 )