UTOPÍA Z: PRESENTE ( entrada nº 3 )


II

      Lunes, nefasto y cruel lunes. Odiado día entre muchos, amado y querido por otros. Comienzo de una larga sentencia que termina al son de un astro resplandeciente enterrándose en el contorno de la jornada. Soporífero bucle semanal de interminables eones.

      Hoy solo he dormido un par de horas, tal vez fueron minutos; es difícil saberlo cuando el tiempo, los relojes, la electricidad ha dejado de existir, ha dejado de funcionar. Desperté sobresaltado, casi al borde de ese precipicio escalonado, parece ser que mi subconsciente quería decirme algo. Mire hacia abajo intentado advertir si todo lo ocurrido había sido producto de mi mente, una especie de síntoma extraño jamás padecido de estrés postraumático ante mi agobiante vida de ingeniero informático. No, estúpido de mí que no quiere ver la realidad. Ellos seguían allí, rondándome entre las oscuras penumbras de la mañana, perseverando en su intento de hundirme más en mis desvariados pensamientos y crearme ese estado peliagudo que tanto anhelaban. Saltar o resistir, vivir o morir, que gran dilema para dos únicas alternativas en un cataclismo de naturaleza muerta.

      Ahora que se acerca la noche, la lluvia que en un principio empezó a caer débilmente, parece coger fuerza en cada impulso, barriendo, desvaneciendo livianamente las siluetas de esos caídos en combate, olvidando por unos instantes el hedor de la corrupción. Aun así, sé que me miran camuflados entre los aguados tapices, no se mueven, no reculan, no hablan, solo baten una infecta dentadura al son de una música inexistente. 

      Ya no tengo paz, estoy cansado, el eco repetitivo del mal me martillea crispándome los nervios. Deseo no oírlos más, quiero apagar ese interruptor, desconectarlo de su emisor. Es una verdadera locura el no poderlos acallar.



      Imágenes de un último ciclo se manifiestan ante mi quebradiza existencia con idas y venidas, suspirando, bostezando, asaltándome las pocas barreras de defensa  de mi desdichado cerebro con un torrencial de retratos ya olvidados. Las evocaciones pasadas hacen daño cuando has perdido a alguien, te matan cuando sabes que podías haberlo evitado, te amarga por las terribles decisiones que fueron tomadas, y deseas, ante todo, la muerte para no volver a visionarlas. Pero al final recapacitas, sabes que todo se perdió, las cicatrices nunca se irán por completo y solo quedara ese silencio en la nada, donde lo único que tienes para recordar son solo esas representaciones grabadas.

      Retrocedes… A un punto, a un año.

      Los rostros de los conocidos se exhiben en un intelecto fragmentado, recordando antiguas conversaciones, antiguos hechos que marcaban el inicio de lo que ahora contenemos. Sus palabras se cuelan como minúsculos bichos dentro del entendimiento, buscando las opciones que se mostraron, las iniciativas que subrayaron entre las miles de frases dichas en la larga noche velada.



      Un compañero, un hermano…

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